sábado, 24 de julio de 2010

Una piedra se puede convertir en un hito: Sebastián


Ciudades como Nagoya y Osaka, en Japón, o Buenos Aires, en Argentina, cuentan con alguna obra monumental suya.

En México, la más famosa de todas, es la “Cabeza de caballo”, mejor conocida por la gente como “El caballito” --en alusión a la escultura de bronce de Carlos V que ocupó el mismo sitio, en avenida Reforma y Burcareli, en la capital mexicana.

Las placas de acero recubiertas de esmalte amarillo, rojo, azul o morado, sobresalen entre los edificios modernos y las vías transitadas de cualquier megalópolis donde se integra alguna pieza suya.

El artista, oriundo del estado norteño de Chihuahua, ha hecho una centena de obras monumentales, más no por eso ignora cuántas y en qué lugar.

Cuando se le comenta que en Villahermosa, capital del estado sureño de Tabasco, existe una de sus esculturas, rebate a contragolpe.

“No, no, hay dos, no una, la primera es la Clave morada, y la otra es una escultura grande de 20 metros que tiene forma de antorcha y que está por la Unidad Deportiva”.

Sebastián, cuyo verdadero nombre es Enrique Carvajal, cuenta cómo llegó al moderno fraccionamiento de Tabasco 2000 la esbelta escultura.

“Creo que es una cuestión de gobierno, se las prestaron o se las dieron en comodato, no sé muy bien, por parte de la Secretaría de Hacienda, pues es uno de mis pagos en especie, eso es lo que creo”.

En México los artistas plásticos pueden pagar sus impuestos mediante "especies", es decir, entregando parte de sus obras al fisco para ser bienes de la nación. En el Distrito Federal, incluso, existe un museo cuya colección se formó íntegramente por medio de este proceso.

"Clave morada parte del diseño de una llave imaginaria, una llave con una clave para abrir, por eso tienen la forma de una llave y por eso se llama así”.

El miembro del World Arts Forum Council, con sede en Ginebra, señala la característica esencial de sus creaciones: “toda la obra mía está plagada de matemáticas y geometrías, es fundamental en ella, el hilo conductor de mi trabajo creativo”.

El hecho de que algunas de éstas se conviertan en símbolos o iconos de la ciudad no lo toma por sorpresa. “Es la condición de toda obra monumental urbana”.

El artista asegura sin ufanarse tanto: “Mis esculturas se han vuelto símbolos fundamentales de la ciudad, esto es la condición de toda obra urbana monumental: o la zona urbana se apropia de ella o la misma ciudad la convierte en símbolo”.

Eso mismo fue lo que le pasó a sus piezas “El caballito”, en Ciudad de México, o “La puerta”, en Monterrey, Nuevo León, una ciudad industrial voyante.

“Lo que lleva a una escultura a adquirir un significado son sus características: de ser abiertamente urbana, de ser una obra pública, de estar diseñada a partir de la raíz del medio donde se encuentra, que represente las tradiciones o las raíces del espacio”.

Para ilustrarlo mejor pone como ejemplo las obras que realizó en Japón. “Me pedían que yo hiciera un símbolo para la ciudad de Kadoma o la ciudad de Sakai; lo que hice fue reflejar lo ancestral y lo moderno. El símbolo de Kadoma ha sido históricamente el tsuru, una garza blanca, entonces lo que hice yo fue hacer una especie de poema escultórico como el hai kú japonés --de cinco, siete y cinco sílabas- de formas y volúmenes, para decir 'hai kú escultórico', que dijera casa blanca o tsuru”.

No obstante, el matemático también sabe que si una obra adquiere un nuevo sentido, algo tiene que ver el azar.

“A veces las obras son por azar, se ponen sin ningún sentido y adquieren --o se apropian del espacio--, una carga semántica por medio de la gente. Pero eso es también otra cosa. Una piedra, incluso, una piedra monumental en algún lugar, se puede convertir en un hito, en un ícono de carga semántica de un espacio urbano”.

Está por verse si "Clave morada" se convierte en un ícono, ya no digamos de la capital tabasqueña, sino al menos de esa moderna zona.


Foto: Pieza "Clave morada", por Sebastián, ubicada en el fraccionamiento Tabasco 2000, en Villahermosa, capital del estado de Tabasco. (Cortesía de Pedro Zapata Flores)


*Una versión de esta entrevista fue publicada en el diario Tabasco HOY el 31 de julio de 2009. La charla se hizo por teléfono muy temprano, a su oficina en Ciudad de México.


miércoles, 14 de julio de 2010

Una mirada femenina: Doris Dörrie


Los personajes en las películas de Dorris Dörrie han alcanzado la edad madura, pero sólo en apariencia: tienen un empleo, una casa, un auto, sin embargo su bienestar material no deviene en una felicidad cumplida.

La muchacha de Nadie me quiere (1995), por ejemplo, no está nada mal: es linda, cuenta con un trabajo como revisora en el aeropuerto de Múnich y vive sola en un departamento situado en un suburbio atestado de inmigrantes y viejos. No obstante, parece no querer vivir, encerrada en sí mismas y en sus miedos.

Ella desearía despertarse todas las mañanas y que alguien a su lado le preguntara cómo amaneció hoy o le recordara que no debe olvidar sus llaves. En suma, lo que Fanny Fink quiere, es amar a alguien.

En esa rutina de trabajo, de encuentros con su madre -una novelista de best seller rosas- y de cursos para alcanzar la aceptación de su “yo”, conoce a un vecino suyo, enfermo, a punto de la muerte, pero a diferencia de ella, lleno de vida.

Para aceptar su enfermedad, Orfeo debe reelaborarla en su imaginario, por eso inventa la historia de que unos extraterrestres lo curaron de su pena del corazón; cuando le preguntaron si quería volver a la tierra o quedarse a vivir con ellos, él cuenta a su nueva amiga: “De repente era feliz, pedí regresar a la tierra. Y en cuanto me recuperé, desee otra vez enamorarme. La experiencia no enseña”. Orfeo vuelve a enamorarse y a desilusionarse, no escarmienta porque nunca se da por vencido.

La estructura del reloj de arena de la que habla el novelista E. M. Forster aparece en esta cinta: el encuentro entre estas dos vidas produce un cruce: ella comenzará a vivir como Orfeo, sin temor a enamorarse y vivir, mientras que Orfeo se prepara para su nueva partida a ese extraño planeta donde el amor es desconocido.

Con este argumento es fácil adivinar que lo que busca Dörrie en sus cintas es contar las vidas de esos seres tímidos y solitarios, que son capaces de chutarse cursos de superación personal y manuales de felicidad, para lograr entender la vida y salir al paso. Lo hace desde un ángulo intimista, una mirada femenina que evita condenas morales pero sin renunciar a lo mordaz, con un sabor agridulce.

Muchas expresiones de sus personajes las hemos dicho alguna vez en la vida, o las hemos oído. ¿Quién no ha escuchado o expresado eso de que “sólo la carne joven consuela” o “¿no oyes el tic-tac de la vida?”

Un elemento muy habitual en sus cintas es el disfraz como una máscara o atuendo a través del cual se pueden transgredir jerarquías y roles e intercambiar papeles.

Imposible no sentir esa mezcla de compasión e ironía y captar el guiño que hace cuando, por ejemplo, el amigo de Franny, pintado todo su cuerpo como una calaca, le ruega a la muchacha que lo abrace, que no lo deje, que se quede con él para siempre. Ya no habla Orfeo humano sino la Muerte a la muchachita, el único amor fiel aún después de la vida.

En Hombres, hombres (1985), la primer película con la que Dörrie alcanza éxito y la impulsa a fundar su propia productora de cintas, ocurre también esa representación fársica.

Julius, un exitoso director creativo, descubre en su onceavo aniversario de boda, que su mujer lo engaña. “Ustedes son incapaces de tener aventuras, siempre esperan algo más”, dice desconsolado el marido cornudo. Para no quedarse solo con sus tarjetas de crédito, decide penetrar el terreno enemigo sin revelar su verdadera identidad.

Las escenas están llenas de diálogos y actuaciones que van de lo cómico a lo mordaz, de las acusaciones comunes a las reflexiones certeras sobre el significado de pareja.

Cuando el yuppie se topa con su mujer y el amante, para evitar ser descubierto por los dos se pone una máscara de King Kong: todo lo que hace es la gestualidad de un hombre que ha dejado de serlo para volverse una bestia, un animal herido que apela a su derecho de manada sobre la mujer robada.

En Cerezos en flor (2008), el disfraz aparece bajo la forma de un bailarina de danza butho que significará el "reencuentro" de un viudo alemán con su esposa recién fallecida. En las tres películas, debajo del maquillaje, se esconden nuevas amistades para esos personajes solitarios. Como si Dörrie primara esta relación afectiva sobre las demás, en una industria fílmica donde destaca más el Eros.

Tanto Hombres hombres como Nadie me quiere tienen en común la estructura de reloj de arena que mencionaba hace un momento: una crisis en el personaje que se ve resuelta con el encuentro del "un otro". En Nadie me quiere es un vecino del mismo edificio; en Hombres, hombres, es el trato entre el marido cornudo y el amante de su mujer, a quien de entrada debería odiar.

Las dos últimas cintas, Sabiduría garantizada y Cerezos en flor tienen en común la idea del viaje, el road movies necesario para cimbrar a los personajes de su cotidianidad -la ruta es una constante en algunas cintas de la alemana, como en ¿Soy linda? (1998).

En Cerezos en flor parece alcanzar la madurez, quizá reflejo de su búsqueda personal con el zen, pues habla de la pérdida, del dolor y de cómo dejar que nuestro verdadero yo y nuestra verdadera belleza se manifiesten, que florezcan como hace un cerezo. Una manera también de curar su dolor por la muerte de quien fuera su esposo y director de cámara.

Como los cerezos en Japón, o los macuiliz en Tabasco, para ser más claros, sólo florecen una vez al año y durante un corto tiempo. Es el símbolo de lo transitorio, de lo fugaz, pero también de lo bello.

Antes de hacer cine, Doris fue presentadora de películas en el Instituto Geothe de Nueva York, reseñista de cintas para un diario del sur de Alemania y escritora de cuentos y novelas -algunas de éstas infantiles- que son la base de algunos de sus guiones y posteriores filmes. También ha elaborado documentales y producido un número considerable de óperas. Sus estudios de dramaturgia en los Estados Unidos se visualizan claramente en muchas escenas de sus filmes.

Sin duda sus películas provocan a la reflexión, a la risa, sobre cómo miran las mujeres posmodernas a los hombres, sus ideas del amor, de pareja, de fidelidad, de búsquedas continuas para resignificarse en un mundo donde “la única constancia es saber que nada es constante y que nada permanece como es”.

En una entrevista que dio durante su visita a México en 2005, aseguró que lo que ella espera de un film es que en vez de poner una cargas al espectador, se las quiten, que salga un poquitín liberado y ligero. Es lo que se espera al ver sus cintas.


*Una versión más corta de este texto fue leído en la presentación del ciclo "Una mirada femenina: Döris Dorrie", el 8 de julio en la galería café El refugio de la luna, antes de la proyección de Nadie me quiere.

lunes, 12 de julio de 2010

Anécdota

Comienza a envejecer, le entusiasman cada vez más los detalles.

lunes, 5 de julio de 2010

Un caso

No puede vivir sin la verdad, pero tampoco puede vivir con ella.

jueves, 1 de julio de 2010

Inventarse un paraíso es difícil; sin dietas, todavía más complicado; pero sin consecuencias, es imposible. De todos modos hay que encontrarlo.